Jaime Anacona Cuellar

 LECTURA DE LA PALABRA PARA HOY 4 DE DICIEMBRE. Daniel 3,4,

Rescatados del horno de fuego

3

1El rey Nabucodonosor hizo una estatua de oro cuya altura era de sesenta codos, y su anchura de seis codos; la levantó en el campo de Dura, en la provincia de Babilonia. 2Y envió el rey Nabucodonosor a que se reuniesen los sátrapas, los magistrados y capitanes, oidores, tesoreros, consejeros, jueces, y todos los gobernadores de las provincias, para que viniesen a la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había levantado. 3Fueron, pues, reunidos los sátrapas, magistrados, capitanes, oidores, tesoreros, consejeros, jueces, y todos los gobernadores de las provincias, a la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había levantado; y estaban en pie delante de la estatua que había levantado el rey Nabucodonosor. 4Y el pregonero anunciaba en alta voz: Mándase a vosotros, oh pueblos, naciones y lenguas, 5que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado; 6y cualquiera que no se postre y adore, inmediatamente será echado dentro de un horno de fuego ardiendo. 7Por lo cual, al oír todos los pueblos el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, todos los pueblos, naciones y lenguas se postraron y adoraron la estatua de oro que el rey Nabucodonosor había levantado.

8Por esto en aquel tiempo algunos varones caldeos vinieron y acusaron maliciosamente a los judíos. 9Hablaron y dijeron al rey Nabucodonosor: Rey, para siempre vive. 10Tú, oh rey, has dado una ley que todo hombre, al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, se postre y adore la estatua de oro; 11y el que no se postre y adore, sea echado dentro de un horno de fuego ardiendo. 12Hay unos varones judíos, los cuales pusiste sobre los negocios de la provincia de Babilonia: Sadrac, Mesac y Abed-nego; estos varones, oh rey, no te han respetado; no adoran tus dioses, ni adoran la estatua de oro que has levantado.

13Entonces Nabucodonosor dijo con ira y con enojo que trajesen a Sadrac, Mesac y Abed-nego. Al instante fueron traídos estos varones delante del rey. 14Habló Nabucodonosor y les dijo: ¿Es verdad, Sadrac, Mesac y Abed-nego, que vosotros no honráis a mi dios, ni adoráis la estatua de oro que he levantado? 15Ahora, pues, ¿estáis dispuestos para que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la estatua que he hecho? Porque si no la adorareis, en la misma hora seréis echados en medio de un horno de fuego ardiendo; ¿y qué dios será aquel que os libre de mis manos?

16Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: No es necesario que te respondamos sobre este asunto. 17He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. 18Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado. 19Entonces Nabucodonosor se llenó de ira, y se demudó el aspecto de su rostro contra Sadrac, Mesac y Abed-nego, y ordenó que el horno se calentase siete veces más de lo acostumbrado. 20Y mandó a hombres muy vigorosos que tenía en su ejército, que atasen a Sadrac, Mesac y Abed-nego, para echarlos en el horno de fuego ardiendo. 21Entonces estos varones fueron atados con sus mantos, sus calzas, sus turbantes y sus vestidos, y fueron echados dentro del horno de fuego ardiendo. 22Y como la orden del rey era apremiante, y lo habían calentado mucho, la llama del fuego mató a aquellos que habían alzado a Sadrac, Mesac y Abed-nego. 23Y estos tres varones, Sadrac, Mesac y Abed-nego, cayeron atados dentro del horno de fuego ardiendo.

24Entonces el rey Nabucodonosor se espantó, y se levantó apresuradamente y dijo a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey. 25Y él dijo: He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses.

26Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiendo, y dijo: Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salid y venid. Entonces Sadrac, Mesac y Abed-nego salieron de en medio del fuego. 27Y se juntaron los sátrapas, los gobernadores, los capitanes y los consejeros del rey, para mirar a estos varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían. 28Entonces Nabucodonosor dijo: Bendito sea el Dios de ellos, de Sadrac, Mesac y Abed-nego, que envió su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él, y que no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que su Dios. 29Por lo tanto, decreto que todo pueblo, nación o lengua que dijere blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego, sea descuartizado, y su casa convertida en muladar; por cuanto no hay dios que pueda librar como éste. 30Entonces el rey engrandeció a Sadrac, Mesac y Abed-nego en la provincia de Babilonia.

 La locura de Nabucodonosor

4

1Nabucodonosor rey, a todos los pueblos, naciones y lenguas que moran en toda la tierra: Paz os sea multiplicada. 2Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo. 3¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus maravillas! Su reino, reino sempiterno, y su señorío de generación en generación.

4Yo Nabucodonosor estaba tranquilo en mi casa, y floreciente en mi palacio. 5Vi un sueño que me espantó, y tendido en cama, las imaginaciones y visiones de mi cabeza me turbaron. 6Por esto mandé que vinieran delante de mí todos los sabios de Babilonia, para que me mostrasen la interpretación del sueño. 7Y vinieron magos, astrólogos, caldeos y adivinos, y les dije el sueño, pero no me pudieron mostrar su interpretación, 8hasta que entró delante de mí Daniel, cuyo nombre es Beltsasar, como el nombre de mi dios, y en quien mora el espíritu de los dioses santos. Conté delante de él el sueño, diciendo: 9Beltsasar, jefe de los magos, ya que he entendido que hay en ti espíritu de los dioses santos, y que ningún misterio se te esconde, declárame las visiones de mi sueño que he visto, y su interpretación. 10Estas fueron las visiones de mi cabeza mientras estaba en mi cama: Me parecía ver en medio de la tierra un árbol, cuya altura era grande. 11Crecía este árbol, y se hacía fuerte, y su copa llegaba hasta el cielo, y se le alcanzaba a ver desde todos los confines de la tierra. 12Su follaje era hermoso y su fruto abundante, y había en él alimento para todos. Debajo de él se ponían a la sombra las bestias del campo, y en sus ramas hacían morada las aves del cielo, y se mantenía de él toda carne.

13Vi en las visiones de mi cabeza mientras estaba en mi cama, que he aquí un vigilante y santo descendía del cielo. 14Y clamaba fuertemente y decía así: Derribad el árbol, y cortad sus ramas, quitadle el follaje, y dispersad su fruto; váyanse las bestias que están debajo de él, y las aves de sus ramas. 15Mas la cepa de sus raíces dejaréis en la tierra, con atadura de hierro y de bronce entre la hierba del campo; sea mojado con el rocío del cielo, y con las bestias sea su parte entre la hierba de la tierra. 16Su corazón de hombre sea cambiado, y le sea dado corazón de bestia, y pasen sobre él siete tiempos. 17La sentencia es por decreto de los vigilantes, y por dicho de los santos la resolución, para que conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres. 18Yo el rey Nabucodonosor he visto este sueño. Tú, pues, Beltsasar, dirás la interpretación de él, porque todos los sabios de mi reino no han podido mostrarme su interpretación; mas tú puedes, porque mora en ti el espíritu de los dioses santos.

19Entonces Daniel, cuyo nombre era Beltsasar, quedó atónito casi una hora, y sus pensamientos lo turbaban. El rey habló y dijo: Beltsasar, no te turben ni el sueño ni su interpretación. Beltsasar respondió y dijo: Señor mío, el sueño sea para tus enemigos, y su interpretación para los que mal te quieren. 20El árbol que viste, que crecía y se hacía fuerte, y cuya copa llegaba hasta el cielo, y que se veía desde todos los confines de la tierra, 21cuyo follaje era hermoso, y su fruto abundante, y en que había alimento para todos, debajo del cual moraban las bestias del campo, y en cuyas ramas anidaban las aves del cielo, 22tú mismo eres, oh rey, que creciste y te hiciste fuerte, pues creció tu grandeza y ha llegado hasta el cielo, y tu dominio hasta los confines de la tierra. 23Y en cuanto a lo que vio el rey, un vigilante y santo que descendía del cielo y decía: Cortad el árbol y destruidlo; mas la cepa de sus raíces dejaréis en la tierra, con atadura de hierro y de bronce en la hierba del campo; y sea mojado con el rocío del cielo, y con las bestias del campo sea su parte, hasta que pasen sobre él siete tiempos; 24esta es la interpretación, oh rey, y la sentencia del Altísimo, que ha venido sobre mi señor el rey: 25Que te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere. 26Y en cuanto a la orden de dejar en la tierra la cepa de las raíces del mismo árbol, significa que tu reino te quedará firme, luego que reconozcas que el cielo gobierna. 27Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad.

28Todo esto vino sobre el rey Nabucodonosor. 29Al cabo de doce meses, paseando en el palacio real de Babilonia, 30habló el rey y dijo: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad? 31Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti; 32y de entre los hombres te arrojarán, y con las bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere. 33En la misma hora se cumplió la palabra sobre Nabucodonosor, y fue echado de entre los hombres; y comía hierba como los bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío del cielo, hasta que su pelo creció como plumas de águila, y sus uñas como las de las aves.

34Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades. 35Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces? 36En el mismo tiempo mi razón me fue devuelta, y la majestad de mi reino, mi dignidad y mi grandeza volvieron a mí, y mis gobernadores y mis consejeros me buscaron; y fui restablecido en mi reino, y mayor grandeza me fue añadida. 37Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia. Amen.

 

LECTURA DE LA PALABRA PARA HOY 4 DE DICIEMBRE 1Juan 3

Hijos de Dios

3

1Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. 2Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. 3Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.

4Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley. 5Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. 6Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. 7Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. 8El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. 9Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. 10En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios.

11Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. 12No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas. 13Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece. 14Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. 15Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. 16En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. 17Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? 18Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.

19Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; 20pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. 21Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; 22y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él. 23Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado. 24Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado. Amen. Rv

 

COMENTARIO DE LA PALABRA PARA HOY 4 DE DICIEMBRE. Daniel 3,4,

Capítulo 3

3.1 En la cultura religiosa de Babilonia se adoraban estatuas. Nabucodonosor esperaba que la adoración de esta estatua gigantesca (treinta metros de alto y tres de ancho) uniera a la nación y solidificara su poder. Esta estatua de oro pudo haber estado inspirada por su sueño. Sin embargo, en vez de tener sólo la cabeza de oro, era de oro desde la cabeza hasta los dedos de los pies. Nabucodonosor quería que su reino durara para siempre. Al hacer la estatua, demostró que su devoción por el Dios de Daniel no le había durado mucho. Ni temía ni obedecía al Dios que le había enviado el sueño.

3.6 El horno en cuestión no era un horno pequeño de los que se usan para cocinar o para calentar una casa. Era un enorme horno industrial que quizás se utilizaba para hornear ladrillos o fundir metales. La temperatura era tan alta que nadie podía sobrevivir a su calor. Sus devoradoras llamas se desbordaron por las aberturas y mataron a los soldados que se acercaron horno (3.22).

3.12 No sabemos si otros judíos tampoco adoraron la estatua, pero con estos tres quisieron hacer un escarmiento. ¿Por qué no se inclinaron ante la estatua y le dijeron a Dios que lo hacían obligados? Estaban determinados a nunca adorar a otro dios y valientemente se mantuvieron firmes. Por eso los condenaron a muerte. No sabían que serían librados del fuego; lo único que sabían era que no iban a inclinarse ante ningún ídolo. ¿Se mantendría usted firme por Dios cueste lo que le cueste? Cuando uno está firme por Dios, se nota. Puede ser doloroso y no siempre tendrá un final feliz. Esté preparado para decir: «Líbreme o no, sólo a mi Señor serviré».

3.15 Los tres hombres tuvieron una oportunidad más. He aquí ocho excusas que pudieron haber tenido para inclinarse ante la estatua y que no los mataran. (1) Nos inclinamos, pero no estábamos adorándolo de corazón. (2) No nos volveremos idólatras; lo hicimos una sola vez y le pedimos perdón a Dios. (3) El rey tiene poder absoluto y había que obedecerlo. Dios entiende. (4) El rey nos dio el puesto que tenemos; hay que ser agradecidos, ¿no? (5) No estamos en nuestro país, y por lo tanto Dios nos perdonará por seguir las costumbres de este país. (6) Nuestros antepasados colocaron ídolos en el templo. ¡Eso es mucho peor! (7) No estamos haciéndole daño a nadie. (8) Si nos matan y unos paganos ocupan nuestro puesto, ¿quién va a ayudar a nuestra gente en el destierro?

Si bien todas estas excusas hubieran parecido lógicas, no hubieran sido más que una racionalización peligrosa. El inclinarse ante una estatua violaba el mandamiento de Dios de Éxodo 20.3: «No tendrás dioses ajenos delante de mí». Además hubiera manchado su testimonio para siempre. Nunca más hubieran podido hablar del poder de su Dios que sobrepasa el de otros dioses. ¿Qué excusas utiliza usted para no pronunciarse por Él?

3.16-18 Sadrac, Mesac y Abed-nego fueron presionados para negar a Dios, pero decidieron ser fieles ¡a cualquier precio! Confiaron en que Dios los libraría, pero estaban determinados a ser fieles a pesar de las consecuencias. Si Dios siempre rescatara a los que le son fieles, los cristianos no necesitarían fe. Su religión sería una gran póliza de seguro y habría filas de gente egoísta listas para adquirirla. Debemos ser fieles a Dios ya sea que intervenga o no en nuestro favor. Nuestra recompensa eterna vale cualquier sufrimiento que tengamos que resistir.

3.25 Era obvio que esta cuarta persona no era humana. No podemos estar seguros de quién era ese cuarto hombre. Pudo haber sido un ángel o una aparición de Cristo. En cualquier caso, Dios envió a un visitante celestial para que acompañara a estos hombres fieles durante su momento de gran prueba.

3.27 Ni el fuego ni el calor los tocó. No se encontró ninguna quemadura en ellos, ¡y ni siquiera olían a humo! Sólo la soga que los ataba se había quemado. Ningún humano puede atarnos si Dios quiere librarnos. El poder que tenemos a nuestro alcance es el mismo que liberó a Sadrac, Mesac y Abed-nego y que levantó a Cristo de los muertos (Efesios 1.18, 20). Confíe en Dios en medio de cada prueba. Las pruebas temporales llegan por motivos eternos; podemos agradecer que nuestro destino esté en manos de Dios, no en las del hombre.

3.28,29 Nabucodonosor no estaba comprometiéndose aquí a servir únicamente al Dios de Daniel. En vez de eso reconoció que Dios es poderoso y ordenó a su pueblo que no hablara contra Él. No les dijo que debían deshacerse de los demás dioses, sino que debían añadir éste a la lista.

3.30 ¿Dónde estaba Daniel en esta historia? La Biblia no lo dice, pero existen varias posibilidades. (1) Pudo haber estado en un asunto oficial en otra parte del reino. (2) Pudo haber estado presente, pero como era un gobernante, los funcionarios no lo acusaron de no haberse inclinado ante la estatua. (3) Pudo haber estado en la capital ocupándose de los asuntos del rey mientras este estaba fuera. (4) Pudo haber sido considerado exento de inclinarse ante el ídolo por su reputación de interpretar los sueños por medio de su Dios. Ya sea que Daniel estuviera allí o no, podemos estar seguros de que no se habría inclinado ante el ídolo.

Capítulo 4

4.2,3 Aunque Nabucodonosor alabó al Dios de Daniel, no creía plenamente en Él ni se sometía únicamente a Él. Mucha gente va a la iglesia y utiliza un vocabulario espiritual, pero en el fondo no creen en Dios ni le obedecen. Profesión no siempre es sinónimo de posesión. ¿Hasta qué punto sus creencias están a la par de su obediencia?

4.17 Los babilonios creían en vigilantes, seres espirituales que cuidaban el universo. Nabucodonosor explicó que estos mensajeros estaban anunciando lo que le sucedería a él y por qué.

4.19 Cuando Daniel comprendió el sueño de Nabucodonosor, se quedó pasmado. ¿Cómo podía estar tan profundamente angustiado por el destino de Nabucodonosor, el rey culpable de la destrucción de su casa y de su nación? Daniel lo había perdonado, y por eso Dios podía utilizar a Daniel. Muy a menudo cuando alguien nos hace daño, se nos hace muy difícil olvidar el pasado. Probablemente hasta nos alegremos de que esa persona sufra. Perdonar es dejar el pasado atrás. ¿Puede usted amar a alguien que lo ha herido? Pida ayuda a Dios para perdonar, olvidar y amar. ¡Quizá Dios pueda utilizarlo de una manera extraordinaria en la vida de esa persona!

4.23ss Si bien el mundo entero pensaba que Nabucodonosor era un rey poderoso (hasta divino), Dios demostró que era un hombre común. Dios humilló a Nabucodonosor para demostrar que Él, no Nabucodonosor, era el Señor de las naciones. El orgullo quizás sea una de las tentaciones más peligrosas. No deje que tus triunfos te hagan olvidarte de Dios.

4.27-33 Daniel le imploró al rey que cambiara, y Dios le concedió doce meses para que lo hiciera. Tristemente, no hubo arrepentimiento en el orgulloso corazón de este rey, y el sueño se cumplió.

4.34 Los reyes de la antigüedad trataban de no mencionar sus debilidades ni sus derrotas en sus monumentos y en sus registros oficiales. Sin embargo, a partir de los registros de Nabucodonosor, podemos inferir que por un tiempo durante sus cuarenta y tres años de reinado no gobernó. En el registro bíblico se explican la soberbia de Nabucodonosor y el castigo que recibió.

4.36 El peregrinaje de Nabucodonosor con Dios es uno de los temas de este libro. En 2.47, reconoció que Dios le revelaba sueños a Daniel. En 3.28, 29 alabó a Dios por librar a los tres hebreos. A pesar del reconocimiento de Nabucodonosor de que Dios existe y obra grandes milagros, en 4.30 vemos que todavía no reconocía a Dios como Señor. Podemos reconocer que Dios existe y que realiza grandiosos milagros, pero Dios no va a moldear nuestras vidas hasta que lo reconozcamos como Señor.

 

COMENTARIO DE LA PALABRA PARA HOY 4 DE DICIEMBRE 1Juan 3

Capítulo 3

3.1 Como creyentes, nuestro mérito se basa en el hecho de que Dios nos ama y nos llama sus hijos. Somos sus hijos ahora, no alguna vez en el futuro distante. Saber que somos sus hijos nos anima a vivir como Jesús vivió. Para otras referencias relacionadas con ser parte de la familia de Dios, véanse Romanos 8.14–17; Gálatas 3.26, 27; 4.6, 7.3.1ss El versículo 1 dice quiénes somos: miembros de la familia de Dios («hijos de Dios»). El versículo 2 dice lo que llegaremos a ser: reflejo de Dios. El resto del capítulo nos dice qué llevamos con nosotros cuando crecemos para asemejarnos a Dios: (1) victoria sobre el pecado (3.4–9), (2) amor por los demás (3.10–18) y (3) confianza delante de Dios (3.19–24).

3.2, 3 La vida cristiana es un proceso que consiste en ser cada vez más semejante a Cristo (véase Romanos 8.29). Ese proceso no será completo hasta que lo veamos cara a cara (1 Corintios 13.12; Filipenses 3.21), pero saber que es nuestra meta final debe motivarnos a purificarnos. Purificar significa guardarnos en lo moral, libres de la corrupción del pecado. Dios también nos purifica, pero hay algo que debemos hacer para permanecer moralmente idóneos (véase 1 Timoteo 5.22; Santiago 4.8; 1 Pedro 1.22).

3.4ss Hay una diferencia entre cometer un pecado y permanecer en pecado. Aun los creyentes más fieles a veces cometen pecados, pero no aman un pecado en particular ni deciden cometerlo. Un creyente que comete un pecado se arrepiente, confiesa y es perdonado. Una persona que permanece en pecado, por el contrario, no siente preocupación por lo que hace. Por lo tanto, nunca confiesa y nunca recibe perdón. Dicha persona está en contra de Dios, sin importar cuán religiosa diga ser.

3.5 Bajo el sistema expiatorio del Antiguo Testamento, se ofrecía un cordero sin defecto como sacrificio por el pecado. Jesús es «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1.29). Por haber llevado una vida perfecta y haberse inmolado por nuestros pecados, podemos ser completamente perdonados (2.2). Podemos reflexionar sobre su muerte por nosotros, y saber que nunca sufriremos la muerte eterna (1 Pedro 1.18–20).

3.8, 9 Todos tenemos aspectos en que la tentación es fuerte y tenemos hábitos difíciles de vencer. Esas debilidades dan a Satanás una base; por lo tanto, debemos contender con nuestros aspectos vulnerables. Si tenemos dificultades con un pecado determinado, sin embargo, estos versículos no están dirigidos a nosotros, aunque al presente pareciera que «practicamos el pecado». Juan no se refiere a personas cuyas victorias todavía son incompletas sino a quienes practican el pecado y buscan formas de justificarlo. Tres pasos son necesarios para hallar victoria sobre un pecado predominante: (1) buscar el poder del Espíritu Santo y la Palabra de Dios; (2) huir de las situaciones de tentación; y (3) buscar la ayuda del cuerpo de Cristo. Esté dispuesto a dar cuenta de sus hechos y a aceptar la oración de los demás.

3.9 «Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado» significa que los verdaderos creyentes no hacen del pecar una práctica ni se vuelven indiferentes a la moral de Dios. Todos los creyentes todavía pecan, pero se esfuerzan por ganar la victoria sobre el pecado. «La simiente de Dios permanece en él» significa que los verdaderos creyentes no hacen del pecar una práctica porque la nueva vida de Dios ha nacido en ellos.

3.9 Hemos «nacido de Dios» cuando el Espíritu Santo vive en nosotros y Jesucristo nos da nueva vida. Haber nacido de nuevo es más que un inicio; es un renacimiento, es recibir un nuevo nombre de familia basado en la muerte de Cristo por nosotros. Cuando eso sucede, Dios nos perdona y acepta totalmente. El Espíritu Santo nos da una mente nueva y un nuevo corazón, vive en nosotros y nos ayuda a ser como Cristo. Nuestra perspectiva cambia también porque tenemos una mente nueva que se renueva de día en día por el Espíritu Santo (véanse Romanos 12.2; Efesios 4.22–24). Por lo tanto, debemos empezar a pensar y a actuar en forma distinta. Véase Juan 3.1–21 para más detalles relacionados con el nuevo nacimiento.

3.12, 13 Caín mató a su hermano Abel cuando Dios aceptó la ofrenda de Abel y no la suya (Génesis 4.1–16). La ofrenda de Abel mostró que Caín no estaba dando lo mejor a Dios, y la envidia de Caín lo llevó a cometer el homicidio. La gente que vive correctamente pone al descubierto y avergüenza a quienes no viven así. Si vivimos para Dios, a menudo el mundo nos aborrecerá porque los mantenemos dolorosamente conscientes de su estilo de vida inmoral.

3.15 Juan repite las palabras de Jesús en el sentido de que uno que aborrece a otra persona es un homicida en su corazón (Mateo 5.21, 22). El cristianismo es una religión del corazón; no basta la obediencia exterior. El odio hacia alguien que lo trató mal es un cáncer maligno dentro de usted que finalmente lo destruirá. No permita que una «raíz» de amargura» (Hebreos 12.15) crezca en usted ni en su iglesia.

3.16 El verdadero amor es un acto, no un sentimiento. Produce dedicación abnegada y desprendida. El mayor acto de amor que cualquiera pueda hacer es entregarse por los demás. ¿Cómo podemos entregar nuestra vida? Al servir a los demás sin pensar en recibir nada a cambio. Algunas veces es más fácil decir que estamos dispuestos a morir por otros que realmente vivir por ellos, lo que implica poner en primer lugar los deseos de otros. Jesús enseñó este mismo principio de amor en Juan 15.13.

3.17, 18 Estos versículos dan un ejemplo de cómo entregar nuestra vida en favor de los demás y ayudar a los necesitados. Esto es notablemente parecido a los escritos de Santiago (Santiago 2.14–17). ¿Con qué claridad expresa su conducta que en realidad ama a los demás? ¿Es usted tan generoso como debe serlo con su dinero, sus bienes y su tiempo?

3.19, 20 Muchos temen no estar amando a otros como debieran amarlos. Se sienten culpables porque piensan que no son capaces de mostrar el mismo amor de Cristo. Los perturba su conciencia. Juan tenía en mente a ese tipo de personas cuando escribió esta carta. ¿Cómo escapamos de la constante acusación de nuestra conciencia? No será al pasar por alto ni al justificar nuestra conducta, sino al poner nuestro corazón en el amor de Dios. Cuando nos sintamos culpables, debemos acordarnos de que Dios conoce nuestro corazón tan bien como nuestra conducta. Su voz de aprobación es más fuerte que la voz que acusa nuestra conciencia. Si estamos en Cristo, Él no nos condenará (Romanos 8.1, Hebreos 9.14, 15). Por lo tanto, si usted vive para el Señor y siente que no es lo bastante bueno, acuérdese de que Dios es más grande que su conciencia.

 

3.21, 22 Si su conciencia está tranquila, usted puede acercarse a Dios sin temor, con la confianza de que escuchará sus peticiones. Juan confirma la promesa de Jesús de que se nos concederá todo lo que pidamos (Mateo 7.7; véanse también Mateo 21.22, Juan 9.31; 15.7). Usted recibirá si obedece y hace lo que a Él le agrada, porque su propia voluntad se pondrá en armonía con la voluntad de Dios. Por supuesto que eso no significa que recibirá todo lo que quiera como, por ejemplo, riquezas. Si en realidad está buscando la voluntad de Dios, hay algunas cosas que usted no pedirá.

3.23 En la Biblia, el nombre de una persona está relacionado con su carácter. Representa lo que en realidad es. Debemos creer no solo en las palabras de Jesús, sino también en su persona misma como el Hijo de Dios. Además, creer «en su nombre» significa moldear su vida en la de Cristo, para asemejarse más a Él mediante la unión entre usted y Él. Y si vivimos para Cristo, nos amaremos «unos a otros».

3.24 La relación mutua de que vivimos en Cristo y Él en nosotros se muestra en los cristianos que guardan estos tres mandamientos esenciales: (1) creer en Cristo, (2) amar a los hermanos y (3) llevar una vida recta y honrada. La presencia del Espíritu no es solo espiritual y mística sino también práctica. Nuestra conducta confirma su presencia. Comentarios de la Biblia del Diario Vivir. Rv 1960.

 

 

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