LECTURA DE LA PALABRA PARA HOY 2 DE DICIEMBRE. Ezequiel 47,48,
Las
aguas salutíferas
47
1Me hizo volver luego a la entrada de la casa; y he
aquí aguas que salían de debajo del umbral de la casa hacia el oriente; porque
la fachada de la casa estaba al oriente, y las aguas descendían de debajo,
hacia el lado derecho de la casa, al sur del altar. 2Y me sacó por
el camino de la puerta del norte, y me hizo dar la vuelta por el camino
exterior, fuera de la puerta, al camino de la que mira al oriente; y vi que las
aguas salían del lado derecho.
3Y salió el varón hacia el oriente, llevando un
cordel en su mano; y midió mil codos, y me hizo pasar por las aguas hasta los
tobillos. 4Midió otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta las
rodillas. Midió luego otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta los lomos.
5Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque las aguas
habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado. 6Y
me dijo: ¿Has visto, hijo de hombre?
Después me llevó, y me hizo volver por la ribera del
río.7Y volviendo yo, vi que en la ribera del río había muchísimos
árboles a uno y otro lado. 8Y me dijo: Estas aguas salen a la región
del oriente, y descenderán al Arabá, y entrarán en el mar; y entradas en el
mar, recibirán sanidad las aguas. 9Y toda alma viviente que nadare
por dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces
por haber entrado allá estas aguas, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que
entrare en este río. 10Y junto a él estarán los pescadores, y desde
En-gadi hasta En-eglaim será su tendedero de redes; y por sus especies serán
los peces tan numerosos como los peces del Mar Grande. 11Sus
pantanos y sus lagunas no se sanearán; quedarán para salinas. 12Y
junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles
frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. A su tiempo madurará,
porque sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja
para medicina.
Límites y repartición de la tierra
13Así ha dicho Jehová el Señor: Estos son los límites
en que repartiréis la tierra por heredad entre las doce tribus de Israel. José
tendrá dos partes. 14Y la heredaréis así los unos como los otros;
por ella alcé mi mano jurando que la había de dar a vuestros padres; por tanto,
esta será la tierra de vuestra heredad.
15Y este será el límite de la tierra hacia el lado del
norte; desde el Mar Grande, camino de Hetlón viniendo a Zedad, 16Hamat,
Berota, Sibraim, que está entre el límite de Damasco y el límite de Hamat;
Hazar-haticón, que es el límite de Haurán. 17Y será el límite del
norte desde el mar hasta Hazar-enán en el límite de Damasco al norte, y al
límite de Hamat al lado del norte.
18Del lado del oriente, en medio de Haurán y de
Damasco, y de Galaad y de la tierra de Israel, al Jordán; esto mediréis de
límite hasta el mar oriental.
19Del lado meridional, hacia el sur, desde Tamar hasta
las aguas de las rencillas; desde Cades y el arroyo hasta el Mar Grande; y esto
será el lado meridional, al sur.
20Del lado del occidente el Mar Grande será el límite
hasta enfrente de la entrada de Hamat; este será el lado occidental.
21Repartiréis, pues, esta tierra entre vosotros según
las tribus de Israel. 22Y echaréis sobre ella suertes por heredad
para vosotros, y para los extranjeros que moran entre vosotros, que entre
vosotros han engendrado hijos; y los tendréis como naturales entre los hijos de
Israel; echarán suertes con vosotros para tener heredad entre las tribus de
Israel. 23En la tribu en que morare el extranjero, allí le daréis su
heredad, ha dicho Jehová el Señor.
48
1Estos son los nombres de las tribus: Desde el
extremo norte por la vía de Hetlón viniendo a Hamat, Hazar-enán, en los
confines de Damasco, al norte, hacia Hamat, tendrá Dan una parte, desde el lado
oriental hasta el occidental. 2Junto a la frontera de Dan, desde el
lado del oriente hasta el lado del mar, tendrá Aser una parte. 3Junto
al límite de Aser, desde el lado del oriente hasta el lado del mar, Neftalí,
otra. 4Junto al límite de Neftalí, desde el lado del oriente hasta
el lado del mar, Manasés, otra. 5Junto al límite de Manasés, desde
el lado del oriente hasta el lado del mar, Efraín, otra. 6Junto al
límite de Efraín, desde el lado del oriente hasta el lado del mar, Rubén, otra.
7Junto al límite de Rubén, desde el lado del oriente hasta el lado del
mar, Judá, otra.
8Junto al límite de Judá, desde el lado del oriente
hasta el lado del mar, estará la porción que reservaréis de veinticinco mil
cañas de anchura, y de longitud como cualquiera de las otras partes, esto es,
desde el lado del oriente hasta el lado del mar; y el santuario estará en medio
de ella. 9La porción que reservaréis para Jehová tendrá de longitud
veinticinco mil cañas, y diez mil de ancho. 10La porción santa que
pertenecerá a los sacerdotes será de veinticinco mil cañas al norte, y de diez
mil de anchura al occidente, y de diez mil de ancho al oriente, y de
veinticinco mil de longitud al sur; y el santuario de Jehová estará en medio de
ella. 11Los sacerdotes santificados de los hijos de Sadoc que me
guardaron fidelidad, que no erraron cuando erraron los hijos de Israel, como
erraron los levitas, 12ellos tendrán como parte santísima la porción
de la tierra reservada, junto al límite de la de los levitas. 13Y la
de los levitas, al lado de los límites de la de los sacerdotes, será de
veinticinco mil cañas de longitud, y de diez mil de anchura; toda la longitud
de veinticinco mil, y la anchura de diez mil. 14No venderán nada de
ello, ni lo permutarán, ni traspasarán las primicias de la tierra; porque es
cosa consagrada a Jehová.
15Y las cinco mil cañas de anchura que quedan de las
veinticinco mil, serán profanas, para la ciudad, para habitación y para ejido;
y la ciudad estará en medio. 16Estas serán sus medidas: al lado del
norte cuatro mil quinientas cañas, al lado del sur cuatro mil quinientas, al
lado del oriente cuatro mil quinientas, y al lado del occidente cuatro mil
quinientas. 17Y el ejido de la ciudad será al norte de doscientas
cincuenta cañas, al sur de doscientas cincuenta, al oriente de doscientas
cincuenta, y de doscientas cincuenta al occidente. 18Y lo que
quedare de longitud delante de la porción santa, diez mil cañas al oriente y
diez mil al occidente, que será lo que quedará de la porción santa, será para
sembrar para los que sirven a la ciudad. 19Y los que sirvan a la
ciudad serán de todas la tribus de Israel. 20Toda la porción
reservada de veinticinco mil cañas por veinticinco mil en cuadro, reservaréis
como porción para el santuario, y para la posesión de la ciudad.
21Y del príncipe será lo que quedare a uno y otro lado
de la porción santa y de la posesión de la ciudad, esto es, delante de las
veinticinco mil cañas de la porción hasta el límite oriental, y al occidente
delante de las veinticinco mil hasta el límite occidental, delante de las
partes dichas será del príncipe; porción santa será, y el santuario de la casa
estará en medio de ella. 22De este modo la parte del príncipe será
la comprendida desde la porción de los levitas y la porción de la ciudad, entre
el límite de Judá y el límite de Benjamín.
23En cuanto a las demás tribus, desde el lado del
oriente hasta el lado del mar, tendrá Benjamín una porción. 24Junto
al límite de Benjamín, desde el lado del oriente hasta el lado del mar, Simeón,
otra. 25Junto al límite de Simeón, desde el lado del oriente hasta
el lado del mar, Isacar, otra. 26Junto al límite de Isacar, desde el
lado del oriente hasta el lado del mar, Zabulón, otra. 27Junto al
límite de Zabulón, desde el lado del oriente hasta el lado del mar, Gad, otra.
28Junto al límite de Gad, al lado meridional al sur, será el límite desde
Tamar hasta las aguas de las rencillas, y desde Cades y el arroyo hasta el Mar
Grande. 29Esta es la tierra que repartiréis por suertes en heredad a
las tribus de Israel, y estas son sus porciones, ha dicho Jehová el Señor.
30Y estas son las salidas de la ciudad: al lado del
norte, cuatro mil quinientas cañas por medida. 31Y las puertas de la
ciudad serán según los nombres de las tribus de Israel: tres puertas al norte:
la puerta de Rubén, una; la puerta de Judá, otra; la puerta de Leví, otra.
32Al lado oriental cuatro mil quinientas cañas, y tres puertas: la puerta
de José, una; la puerta de Benjamín, otra; la puerta de Dan, otra. 33Al
lado del sur, cuatro mil quinientas cañas por medida, y tres puertas: la puerta
de Simeón, una; la puerta de Isacar, otra; la puerta de Zabulón, otra. 34Y
al lado occidental cuatro mil quinientas cañas, y sus tres puertas: la puerta
de Gad, una; la puerta de Aser, otra; la puerta de Neftalí, otra. 35En
derredor tendrá dieciocho mil cañas. Y el nombre de la ciudad desde aquel día
será Jehová-sama. Amen.
LECTURA DE LA
PALABRA PARA HOY 2 DE DICIEMBRE 1Juan 1
PRIMERA EPÍSTOLA UNIVERSAL
DE SAN JUAN APÓSTOL
La palabra de vida
1
1Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo
que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon
nuestras manos tocante al Verbo de vida 2(porque la vida fue
manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna,
la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); 3lo que hemos
visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con
nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo
Jesucristo. 4Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea
cumplido.
Dios es luz
5Este es el mensaje que hemos oído de él, y os
anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. 6Si
decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no
practicamos la verdad; 7pero si andamos en luz, como él está en luz,
tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia
de todo pecado. 8Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a
nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. 9Si confesamos
nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad. 10Si decimos que no hemos pecado, le
hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. Amen. Rv
COMENTARIO DE LA
PALABRA PARA HOY 2 DE DICIEMBRE. Ezequiel 47,48,
Capítulo
47
47.1–12
Este río es similar al mencionado en Apocalipsis 22.1, 2, ambos asociados con
el río de vida del huerto de Edén (véase Génesis 2.10). El río simboliza la
vida que proviene de Dios y las bendiciones que fluyen de su trono. Es un río
manso, seguro y profundo, que se extiende a medida que fluye.
47.8,9
El Arabá es la depresión geológica sobre la cual yace el Mar Muerto. «Recibirán
sanidad las aguas» se refiere al Mar Muerto, una masa de agua tan salada que
nada puede vivir en ella. El río sanará las aguas del Mar Muerto, para que
pueda sustentar la vida. Esta es otra ilustración de la naturaleza vivificante
del agua que fluye del templo de Dios. El poder de Dios puede transformarnos,
no importa cuán corruptos y faltos de vida nos encontremos. Aun cuando nos
sintamos confundidos y más allá de toda esperanza, su poder nos puede sanar.
47.10
En-gadi y En-eglaim estaban en la costa oeste del Mar Muerto.
47.22,
23 En la restauración habrá lugar para los extranjeros. Las regulaciones de
Levítico 24.22 y Números 15.29 prepararon el terreno para esto. Isaías también
lo enseñó (Isaías 56.3–8). Aun los hijos de extranjeros heredarán propiedades
como los israelitas. Cualquiera que acepte las normas y esté dispuesto a
obedecer podrá disfrutar de las bendiciones del gobierno de Dios.
Capítulo
48
48.1ss
La tierra se dividiría en trece porciones paralelas (una por cada tribu, más
una santa) que se extenderían desde el Jordán o desde el Mar Muerto hasta el
Mar Mediterráneo. La división de la tierra muestra que en el Reino de Dios hay
un lugar para todos los que creen y obedecen al único Dios verdadero (véase
Juan 14.1–6).
48.28
El Mar Grande es el Mar Mediterráneo.
48.35
El libro de Ezequiel comienza con una descripción de la santidad de Dios, que
Israel despreció y pasó por alto. Como resultado, la presencia de Dios abandonó
el templo, la ciudad y el pueblo. El libro termina con una visión detallada del
nuevo templo, de la nueva ciudad y del nuevo pueblo: todos demostrando la
santidad de Dios. Las presiones diarias de la vida pueden persuadirnos para que
nos concentremos en el aquí y el ahora, y por lo tanto nos olvidemos de Dios.
Por esa razón la adoración es tan importante: aparta nuestra mirada de las
preocupaciones actuales, nos da una perspectiva de la santidad de Dios y nos
permite mirar hacia su Reino futuro. La presencia de Dios hace que todo sea
glorioso y la adoración nos lleva ante su presencia.
COMENTARIO DE LA
PALABRA PARA HOY 2 DE DICIEMBRE 1Juan 1
1
JUAN.
Capítulo
1
1.1
Primera de Juan la escribió Juan, uno de los doce discípulos originales de
Jesús. Es probable que fuera el «discípulo a quien amaba Jesús» (Juan 21.20) y
que, junto con Pedro y Jacobo, llegó a tener una relación especial con Jesús.
Se escribió esta carta entre los años 85–90 d.C. desde Éfeso, antes que Juan
estuviera exiliado en la isla de Patmos (véase Apocalipsis 1.9). Jerusalén
había sido destruida en 70 d.C. y los cristianos fueron esparcidos por todo el
imperio. En el tiempo en que Juan escribió esta epístola, el cristianismo ya
existía por más de una generación. Había enfrentado y sobrevivido persecuciones
severas. El problema principal que enfrentaba la iglesia en ese momento era la
pérdida de consagración. Muchos creyentes se conformaban a las normas de este
mundo, no se mantenían firmes por Cristo y transigían en su fe. Los falsos
maestros eran numerosos y aceleraron el deslizamiento de la iglesia, alejándola
así de la fe cristiana.
Juan
escribió esta carta para poner a los cristianos otra vez en el camino,
mostrándoles la diferencia entre la luz y las tinieblas (la verdad y el error),
y animando a la iglesia a crecer en amor genuino para Dios y los demás. También
escribió para asegurarles a los creyentes verdaderos que poseían vida eterna y
para ayudarles a conocer que su fe era genuina, de modo que pudieran disfrutar
de todos los beneficios de ser hijos de Dios. Para mayor información
relacionada con Juan, véase Juan 13.
1.1–5
Juan abre su primera carta a la iglesia de la misma forma que lo hace con su
Evangelio, recalcando que Cristo (el «Verbo de vida») es eterno, que Dios vino
a la tierra como hombre, que él, Juan, fue un testigo personal de la vida de
Jesús, y que Jesucristo ofrece luz y vida.
1.3 Como testigo del ministerio de Jesús, Juan
estaba en condiciones para enseñar la verdad acerca de Él. Los lectores de esta
carta no habían visto ni oído a Jesús, pero podían confiar en que lo que Juan
escribió era verdad. Somos como esa segunda y tercera generación de cristianos.
Aunque no hemos visto, oído ni tocado a Jesús en persona, tenemos los relatos
de los testigos del Nuevo Testamento y podemos confiar en que ellos expusieron
la verdad acerca de Él. Véase Juan 20.29
1.3,
4 Juan escribe acerca de tener comunión con otros creyentes. Hay tres pasos que
han de seguirse para lograr una comunión cristiana verdadera. Primero, debe
estar cimentada en el testimonio de la Palabra de Dios. Sin esa fortaleza
fundamental, es imposible la unidad. Segundo, es mutuo, y depende de la unidad
de los creyentes. En tercer lugar, debe renovarse cada día por medio del
Espíritu Santo. La verdadera comunión combina lo social y lo espiritual, y se
logra solo mediante una relación viva con Cristo.
1.5,6
La luz representa lo bueno, puro, verdadero, santo y confiable. Las tinieblas
representan al pecado y lo perverso. Decir «Dios es luz» significa que es
perfectamente santo y veraz, y que solo Él puede sacarnos de las tinieblas del
pecado. La luz también se relaciona con la verdad, y esa luz expone todo lo que
existe, sea bueno o malo. En las tinieblas, lo bueno y lo perverso parecen
iguales; en la luz, es fácil notar su diferencia. Así como no puede haber
tinieblas en la presencia de la luz, el pecado no puede existir en la presencia
de un Dios santo. Si queremos tener relación con Dios, debemos poner a un lado
nuestro estilo de vida pecaminoso. Es hipocresía afirmar que somos de Él y al
mismo tiempo vivir como se nos antoja. Cristo pondrá al descubierto y juzgará
tal simulación.
1.6
Aquí Juan confronta la primera de las tres afirmaciones de los falsos maestros:
Que podemos tener comunión con Dios y seguir viviendo en las tinieblas. Los
falsos maestros, que pensaban que el cuerpo era malo o no tenía valor,
presentaban dos enfoques de la conducta: insistían en negar los deseos del
cuerpo mediante una disciplina estricta o aprobaban la satisfacción de toda
lujuria física porque el cuerpo después de todo iba a ser destruido. ¡Es obvio
que la segunda opinión era más popular! Aquí Juan expone el error de llamarse
cristiano y seguir viviendo en maldad e inmoralidad. No podemos amar a Dios y
coquetear con el pecado al mismo tiempo.
1.7
¿De qué forma la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado? En la época
del Antiguo Testamento, los creyentes simbólicamente transferían sus pecados a
la cabeza de un animal, que después se sacrificaba (véase la descripción de esa
ceremonia en Levítico 4). El animal moría en su lugar, redimiéndolos del pecado
y permitiéndoles que siguieran viviendo en el favor de Dios. La gracia de Dios
los perdonaba por su confianza en Él y por haber obedecido los mandamientos en
cuanto al sacrificio. Esos sacrificios anunciaban el día en que Cristo quitaría
por completo los pecados. Una verdadera limpieza del pecado vino por medio de
Jesucristo, el «Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1.29). El
pecado, por su propia naturaleza, trae consigo muerte. Ese es un hecho tan
cierto como la ley de la gravedad. Jesucristo no murió por sus propios pecados;
no los tenía. En su lugar, por una transacción que nunca lograremos entender
totalmente, murió por los pecados del mundo. Cuando le entregamos nuestra vida
a Cristo y nos identificamos con Él, su muerte llega a ser nuestra. Descubrimos
que de antemano pagó el castigo de nuestros pecados; su sangre nos ha limpiado.
Así como resucitó del sepulcro, resucitamos a una nueva vida de comunión con Él
(Romanos 6.4).
1.8
Aquí Juan ataca la segunda afirmación de la enseñanza falsa: Algunos decían que
no tenían una naturaleza que tendía al pecado, que su naturaleza pecaminosa
había sido eliminada y que ahora no podían pecar. Ese es el peor engaño de sí
mismo, peor que una mentira evidente. Se negaron a tomar en serio el pecado.
Querían que se les considerara cristianos, pero no veían la necesidad de
confesar sus pecados ni de arrepentirse. No les importaba mucho la sangre de
Jesucristo porque pensaban que no la necesitaban. En vez de arrepentirse y ser
limpiados por la sangre de Cristo, introducían impureza en el círculo de
creyentes. En esta vida, ningún cristiano está libre de pecar; por lo tanto,
nadie debiera bajar la guardia.
1.8–10 Los falsos maestros no solo negaban que el pecado quebraba la relación
con Dios (1.6) y que ellos tenían una naturaleza no pecaminosa (1.8), sino que,
sin importar lo que hicieran, no cometían pecado (1.10) Esta es una mentira que
pasa por alto una verdad fundamental: todos somos pecadores por naturaleza y
por obra. Al convertirnos, son perdonados todos nuestros pecados pasados,
presentes y futuros. Más aun después de llegar a ser cristianos, todavía
pecamos y debemos confesar. Esa clase de confesión no es ganar la aceptación de
Dios sino quitar la barrera de comunión que nuestro pecado ha puesto entre
nosotros y Él. Sin embargo, es difícil para muchos admitir sus faltas y
negligencia, aun delante de Dios. Requiere humildad y sinceridad reconocer
nuestras debilidades, y la mayoría de nosotros pretende en cambio ser fuerte.
No debemos temer revelar nuestros pecados a Dios; Él ya los conoce. Él no nos
apartará, no importa lo que hagamos. Por el contrario, apartará nuestro pecado
y nos atraerá hacia sí.
1.9 La confesión tiene el propósito de librarnos para que disfrutemos de la comunión con Cristo. Esto debiera darnos tranquilidad de conciencia y calmar nuestras inquietudes. Pero muchos cristianos no entienden cómo funciona eso. Se sienten tan culpables que confiesan los mismos pecados una y otra vez, y luego se preguntan si habrían olvidado algo. Otros cristianos creen que Dios perdona cuando uno confiesa sus pecados, pero si mueren con pecados no perdonados podrían estar perdido para siempre. Estos cristianos no entienden que Dios quiere perdonarnos. Permitió que su Hijo amado muriera a fin de ofrecernos su perdón. Cuando acudimos a Cristo, Él nos perdona todos los pecados cometidos o que alguna vez cometeremos. No necesitamos confesar los pecados del pasado otra vez y no necesitamos temer que nos echará fuera si nuestra vida no está perfectamente limpia. Desde luego que deseamos confesar nuestros pecados en forma continua, pero no porque pensemos que las faltas que cometemos nos harán perder nuestra salvación. Nuestra relación con Cristo es segura. Sin embargo, debemos confesar nuestros pecados para que podamos disfrutar al máximo de nuestra comunión y gozo con Él.
La verdadera confesión también implica la decisión de no seguir pecando. No
confesamos genuinamente nuestros pecados delante de Dios si planeamos cometer
el pecado otra vez y buscamos un perdón temporal. Debemos orar pidiendo
fortaleza para derrotar la tentación la próxima vez que aparezca.
1.9 Si Dios nos ha perdonado nuestros pecados por la muerte de Cristo, ¿por qué
debemos confesar nuestros pecados? Al admitir nuestro pecado y recibir la
limpieza de Cristo: (1) acordamos con Dios en que nuestro pecado es de veras
pecado y que deseamos abandonarlo, (2) nos aseguramos de no ocultarle nuestros pecados,
y en consecuencia no ocultarlos de nosotros mismos, y (3) reconocemos nuestra
tendencia a pecar y nuestra dependencia de su poder para vencer el pecado. Comentarios
de la Biblia del Diario Vivir. Rv 1960.

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